viernes, 25 de febrero de 2011

Un cuerpo esculturalmente colombiano

Por: Juan Carlos Rojas


Esta pintura de Luís Alberto Acuña titulada “Las bañistas” (1942) está compuesta por una estructura rectangular vertical donde aparecen tres mujeres, dos de ellas desnudas y otra cubierta por una especie de toalla. En la obra sobresalen el color blanco de la toalla y el azul del agua del río que varía de intensidad dependiendo del reflejo que se genera en él. De igual forma, las figuras femeninas están compuestas de un café opaco con varias sombras en negro. En la pintura se pueden identificar cuatro planos: el agua del río en el fondo del lienzo, la mujer desnuda de espaldas, la otra mujer que se seca el cabella y está de frente y, por último, en primer plano, esta misteriosa figura femenina que da la espalda y se oculta bajo una manta blanca. Podría decirse que la iluminación del cuadro proviene del sol que está posado sobre lo que parecería ser un río, dado el movimiento que se observa en el agua, ya que el impacto lumínico es igual sobre la totalidad de la obra. Debe también señalarse que la obra es de un tamaño relativamente grande, al punto que podría hablarse que la figura humana está en una escala casi real.

“Las bañistas” de Acuña son el retrato del legado de las culturas indígenas colombianas que solían pasar las tardes contemplando el agua de los ríos que consideraban ser elementos sagrados. Sin embargo, la aparición de las mantas es una muestra del impacto occidental sobre la cultura precolombina. Esa decidida ambición de relacionar la desnudez con lo impuro y el pecado parecerían haber cobijado a una de las mujeres, aquella que da la espalda y se oculta. Pero pese a la aparición de esas prendas, la figura y los rasgos de los personajes presentes en la obra son muestra evidente de las raíces indígenas nacionales. Las caras chatas y redondas, los senos grandes y la contextura gruesa son emblemáticos y característicos de cada una de las culturas precolombinas andinas, especialmente aquellas que habitaban áreas frías y montañosas.

Según críticos e historiadores, la obra artística de Luís Alberto Acuña no se puede suscribir a ninguna corriente de su época, dada que él permanecía en una constante búsqueda por retratar lo que en Europa parecía un sin sentido: el legado cultural y fisionómico de los indígenas colombianos, especialmente los Chibchas. Además de ello, su procedencia provinciana hacía que se le viera como un bicho raro dentro de los círculos en los que se movían personajes como Marta Traba. Aunque las críticas abundaban, Acuña fundó con otros pintores de la época fundó el movimiento Bachué. Su principal objetivo era recrear y recuperar la importancia de las raíces Chibchas en la sociedad colombiana de mediados de la década de los 40.

La colonización, periodo en el cual, luego de la llegada a América, los españoles se pusieron a la tarea de convertir a las comunidades indígenas americanas en seres manipulables y moldeables al modelo europeo. Durante un largo periodo colonos, mulatos, mestizos e indígenas convivieron en una misma tierra entendiendo al Rey de España como la figura a la cuál le debían rendir tributo y alabar. Pero los movimientos independentistas conquistaron la mente de los verdaderos dueños de estas tierras para que se sublevaran. Cuando los mestizos llegaron al poder, su mente ya estaba lo suficientemente colonizada, por lo que nada cambiaría con la partida de los españoles y los nativos y mulatos serían vistos como personas de segunda clase. Acuña, más de cien años después, se le midió a reconstruir la figura Chibcha y a darle el valor que esta se merecía dentro del imaginario nacional. Recrear esa cultura en una pintura es inmortalizar un legado que se habría perdido por creer que lo de afuera siempre es mejor que lo verdaderamente “Made in home”.


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