jueves, 17 de febrero de 2011

Me gusta Warhol. Siento un Kandinsky

‘Composición VII’. (1913) Óleo sobre lienzo.

Me gusta la obra de Warhol, producciones en serie que reflejan el consumo masivo de la sociedad. Pero es solo eso, gusto. Un inexplicable magnetismo por esa expresión visual que no trasciende y que está ahora más de moda que cuando tuvo su mayor auge, hacia los años 50’s-60’s. Hoy todo es ‘pop’, hoy nada es ‘pop’.

Debo admitir que pensar en este escrito produjo en mí reacciones contrastadas. ¿Qué me gusta? ¿Qué no me gusta? Me gusta la obra por sus colores… No me gusta por su tamaño. En vez de eso, preferí ¿Qué me hace sentir, pensar, vivir esta obra? ¿Qué le falta? ¿Por qué? Este diálogo interno y personal decidí plasmarlo de la forma más cómoda posible, incluso escribiendo en primera persona, algo que no suelo hacer porque ‘no me gusta’, pero que siento necesario.

Creo que la mejor y más completa obra que puede llevarme a reflexionar es realizada por el ‘creador de mundos’, Wassily Kandinsky. ‘Composición VII’ es el nombre que el ruso da a la pieza seleccionada, y así es como justifica su decisión de utilizar la palabra composición: “expresión de tipo parecido , pero creada con extraordinaria lentitud”. Con estos nombres está haciendo alusión a un proceso artístico relacionado con la música, una de las expresiones abstractas que mejor se desprende de la realidad y la naturaleza per sé. Contemplar ‘Composición VII’ se convierte entonces en una experiencia casi única, es ver materializados los elementos que conforman una pieza musical tan abstracta y subjetiva como lo cree y siente el artista.

Siento la disonancia musical, pero al tiempo existe un orden que está encaminado hacia una misma dirección. Las indescifrables formas son maravillosas para pensar en mundos y universos paralelamente creados al nuestro, lugares en donde no existe la crítica, la maldad y que por medio del color está intentando alejarnos de la figuración y esquematización del mundo al que estamos acostumbrados. Esta composición sería un lugar donde prevalece la subjetividad, en donde el hombre es el protagonista por aquello que percibe y vive al analizar esta obra.

Tal vez observar esta pieza -al igual que otras de Kandinsky-, resulta abrumador, hay demasiados elementos, fracciones de pintura que pueden estar significando o no para el espectador. Para mí, inexplicablemente evoca un sueño en donde puede pasar cualquier cosa, todo está permitido, la imaginación no tiene límites ni fronteras y puede hacer lo que quiera. Es una expresión espiritual del artista. De alguna forma estamos conociendo el interior de Kandinsky quien siempre se preocupó por sus búsquedas personales.

Vivo esta obra como un sueño, una explosión de sensaciones. La valoro por su fuerte carga emocional, por la pasión que refleja en sus trazos y por querer retar al observador y hacerlo sentir nuevas experiencias visuales. Aunque tengo que confesar que Kandinsky es uno de mis artistas favoritos por su brillantez e inteligencia, también puede llegar a confrontarme con su carga visual hasta llegar al punto de chocar por su desmedida abstracción, pero son lapsus que de alguna forma el artista provoca para no hacer de sus pinturas, cuadros insípidos e irrelevantes.

Termino con una frase de su libro ‘Reminiscencias’ de 1913, mismo año en que produce ‘Composición VII’ y que devela quién es Kandinsky: “La pintura es como la colisión estruendosa de dos mundos, destinados en y a través del conflicto a crear ese nuevo mundo que llamamos obra. Técnicamente, toda obra de arte cobra vida de la misma manera que el cosmos: por medio de catástrofes, que al final logran crear, a partir de la cacofonía de los diferentes instrumentos, esa sinfonía que llamamos música de las esferas. La creación de la obra de arte, es la creación del mundo”. Por genios como él es que no ‘me gusta’ el arte, sino que ‘lo siento y lo vivo’.

Fernanda Basto Reyes.

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