viernes, 25 de febrero de 2011

Recordando una masacre







Artista: Diego Arango Ruiz.+

Por: María Paula Gómez T.
Esta es una de esas obras que, aún sin saber nada de su autor o del contexto de ésta, brinda mucho dramatismo al espectador. En primer lugar, Arango supo plasmar los colores fuertes como el morado, el negro, los azules y uno que otro toque de rojo y amarillo de tal manera que toda la obra se sienta desordenada, estresante, con una energía fuerte, caótica y a la vez conmovedora. El hombre que se encuentra en los brazos de ella pareciera estar desvaneciéndose en todo ese fondo que lo está absorbiendo y ella, por su parte, se aferra a él y le fija la mirada, mientras que él ya ni tiene los ojos abiertos. Ambos parecieran estar sucios, alejados de su ambiente, de su paz interna. Ellos, con rasgos característicos de nuestro país (tono de piel, nariz, boca) son los protagonistas (están ubicados en la mitad) de todo un mundo que se está distorsionando alrededor y que, al mismo tiempo, se los está llevando. Diego Arango no traza líneas derechas, colores fijos, ni plasma a estas dos personas de manera completa, sino que los hace entre borrosos y casi desvanecidos en los colores, lo que brinda el sentimiento de casi una catarsis entre estas personas, un mundo lleno de movimiento, de ruido, de fragilidad.
Es de esta manera, que este artista colombiano nacido en Manizales, representa de manera simbólica lo sucedido en 1997 en Mapiripán, departamento del Meta en donde unos 200 paramilitares se trasladaron hasta allá para cometer una de las masacres más inhumanas y salvajes que ha vivido el país. Los paramilitares querían adueñarse de las zonas cocaleras que estaban bajo el mando de la guerrilla y en su afán por darles un golpe duro, decidieron acabar con la vida de más de cuarenta personas que una vez descuartizadas, torturadas y degolladas, fueron arrojados al río Guaviare. Durante cinco días, el desespero, las angustias y el sufrimiento invadieron a este departamento, y lo peor y más indignante de todo: curiosamente nadie hizo nada. La fuerza pública colombiana ni repeló ni persiguió nunca a los paramilitares, aún cuando estaban rodeando la zona.
Los campesinos y pobladores vieron el sufrimiento y la muerte de frente, como lo representa el hombre que vemos en las manos de esta mujer con el cuerpo ya inútil y acabado. Ambos, por su tamaño en comparación con todo el fondo que los rodea, se ven frágiles. Por este hecho, la Corte Interamericana de derechos Humanos condenó al Estado colombiano pero aún quedan muchos hechos y actos sin resolver, especialmente de miembros del ejército y supuestos cómplices que guardaron silencio. Por esto, estas personas están solas en la obra, se encuentran sin nadie alrededor que les de la mano.
Las pinceladas naranjas y rojas reflejan la sangre derramada en medio de todo ese desespero y caos que se ven representados en los derrames de colores (si así se puede llamar) plasmados de manera tan drástica y agresiva. Este fue uno de los momentos claves en que se evidenció la cercanía del ejército con las autodefensas y que, por ende, se puso en tela de juicio la labor de importantes sectores de este. Por esto, para Diego Arango es tan importante recordar estos momentos que no pueden quedar en la historia; víctimas inocentes que no pueden ser olvidadas, y que tal vez, solo sean recordadas en estas obras, que con un gran sentimiento y dramatismo, nos permiten recordar todos los días las injusticias que se cometen y que no se cuestionan.


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