Fósil de Fuego XV
Ómar Rayo
A pesar de que construyó gran parte de su carrera en el exterior, hoy en día, Ómar Rayo es uno de los artistas más aplaudidos y recordados en su natal Colombia. Sus obras se han vuelto parte del imaginario artístico y cultural local pues hoy en día se han son muy accesibles, se pueden ver en vallas, pintadas en paredes y en afiches.
Cuando voy en TransMilenio, atravesando la intersección entre la Avenida Caracas y la calle 19, me remonto a su obra que se encuentra a la vista de todos, pintada en el costado de un edificio. Me resulta imposible no admirarla porque, con las notorias innovaciones que se ven en el ámbito del diseño gráfico, sorprende ver que esa limpieza de trazos y colores provengan aún de la mano humana.
Desafortunadamente, no pude incluir la obra con la que siempre me ensimismo cuando voy de camino al centro, pero pongo a consideración ésta que no es muy diferente. Pertenece a la serie de acrílicos “Fósil de fuego”, expuesta en el Museo Rayo ubicado en Roldanillo, Valle, tierra natal del desaparecido artista.
En esta colección el pintor hace un homenaje al protagonismo y significación del color rojo, pues como se aprecia en la fotografía, dicho color resalta resueltamente. Rayo, de espíritu aventurero, se sirvió de la sabiduría indígena para darle estructura a su obra y esta colección no resulta en absoluto una excepción. Pues para estas tribus el rojo asume el valor que las culturas occidentales dan al negro, tiene la capacidad de cubrirlo todo hasta convertir los espacios en nada. Pero, él mismo reconoce que acompañado de su antagonista el blanco, que lo es también del negro, el rojo se convierte en luz y energía y eso fue lo que quiso proyectar el artista.
Me gusta esta obra, pues conociendo su trasfondo ideológico entiendo cómo el rojo, a manera de luz, irrumpe en el espacio creando una nueva situación. Esto lo interpreto, pues las líneas diagonales a los costados dan la sensación de haberse separado luego de esta aparición. Me parece que la forma en que está pensado le da un alto contenido simbólico.
Por otro lado, puedo decir que es un cuadro estéticamente llamativo e interesante. Es de esos cuadros, que de acuerdo al ojo inexperto, merecería decorar un espacio. Pues, como explicaba Gombrich, no es necesario hallarle la significancia pero encontrar sentido en su composición. Su perfección es agradable a los ojos del espectador, que se siente atraído e identificado por lo que ve en la obra.
Finalmente, si hay algo en este cuadro que no me guste es tal vez la falta de colores, estos evocan demasiada frialdad y, sobre todo, si se comparan con otras obras de Ómar Rayo. Sin embargo, su trasfondo teórico explica elocuentemente a qué se debe mi rechazo, pues me encuentro apreciando este cuadro con una clara visión occidental y dicha combinación me sugiere la frialdad que interpreto.
En conclusión, es poco lo que se le puede reprochar a Ómar Rayo como artista, pues no sólo puso a Colombia en el mapa artístico y cultural, junto a otros renombrados pintores, claro está, sino que lo hizo con un estilo digno de exhibirse en las principales galerías y bienales.
Daniella Hernández Abello
Universidad de La Sabana
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