La exhibición es una invitación al mundo de los sueños, en el cual los objetos comunes sobrepasan su tamaño normal, donde el tiempo transcuye en cámara lenta y los recuerdos, temores, anhelos y demás productos del subconsciente forman enredaderas en la mente humana.
La instalación se divide en diferentes escenarios. En el primero de ellos, tres proyectores clásicos dibujan sobre la pared un enramado de hojas, que recuerdan el ambiente sombrío de un bosque nocturno. Después se hacen presentes una silla de madera que se mueve sola, compañera de una mesa enorme sobre la cual empiezan a extenderse cadenas infinitas de papel.
Tras colarse a través de esa maraña blanca que se ha formado, se proyecta en un rincón del espacio una animación, en la cual la figura de un niño trata de alcanzar, sin éxito, un rinoceronte que va caminando a paso lento. La silueta del animal se basa en un dibujo renacentista, reforzando la idea de que en el imaginario mundo onírico todo parece mezclarse sin razón aparente.
Finalmente, tras una gran pared blanca, lejos del enredo anterior se exhibe una caja donde la artista ha hecho, nuevamente, uso del papel para definir personajes mitológicos, imaginarios y de épocas ya pasadas, los cuales pretenden servir de protección ante las pesadillas. Por esa razón, una vez acabe su visita no olvide recoger el souvenir, un conjunto de postales con imágenes históricas que le ayudarán a vencer sus miedos para afrontar su realidad.
Por: Mariana Betancourt Urrutia
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