viernes, 4 de noviembre de 2011


Autor: Fernando Botero

Fecha de creación: 1969

Técnica: Pastel sobre papel

Registro: Registro3348

Tamaño: 151 x 126 cm

En el centro hay un hombre. Tiene bigote y está mirando al frente. Lleva un traje negro, elegante. Una corbata del mismo color amarra su camisa blanca. Su rostro es pálido e inexpresivo. Parece inmóvil, posando para el pintor. En una mano lleva una fruta lo más parecida a una naranja. En la otra, un papel. El fondo, está lleno de volúmenes verticales que se enredan entre sí, son del mismo color del traje y se distinguen de él por algunas sombras. Parecen más como los tallos de unas palmeras que no alcanzan a salir en el espacio del retrato.

Éste no es un retrato común. Se caracteriza por un personal estilo y una gran simplificación. Los volúmenes de aquel hombre se ven deformados por su agrandamiento. Aunque creo que esto lo he visto antes.

Al recorrer la sala donde se encuentra esta obra, antes de verla, vi un retrato de una mujer gorda que posa inmóvil, ubicada en el centro del cuadro, casi sin expresión y un cigarrillo en la mano; también vi la escultura de un torso de un hombre, gordo pero con músculos; por otro lado, vi la escultura del torso de una mujer, gorda también. Caminé y caminé y sentía que todo lo que veía ya lo había visto antes, un tanto aburrido me parecía el recorrido.

La pintura El Hombre, del artista Fernando Botero fue la culminación de mi recorrido por un museo de Botero, recorrido que fue impulsado por la búsqueda de encontrar algo nuevo. Ésta, como otras obras del mismo artista, sobre voluminosas fisionomías, es una pintura completamente predecible. No hay nada de ingenio.

Tal vez, criticar la obra de Botero es una acción no muy coherente ya que pocos artistas hispanoamericanos han logrado tanta repercusión a nivel internacional como él. Es sin duda, el artista vivo latinoamericano más cotizado en el mundo actual, pero considero que gran parte de su obra una copia de sí mismo.

No experimenta sensaciones en ningún rostro, a parte de la monotonía, no va más allá de la tradición de engordar a las personas. Es el mismo efecto en todas las obras y cuando uno ya ha visto diez, no ve nada nuevo, nada original. En estas obras ya no hay un ataque a la forma que genere algún tipo de ridiculización lo cual es una característica de algunas buenas obras del artista Botero. Tampoco se puede ver una conducción del color, no hay vivacidad que se acomode ninguna estructura de líneas: no hay energía, no hay vida. Esta obra, como muchas que la rodean están basadas en una fórmula pictórica, en un patrón que se repite, es un estereotipo. No oculta nada, no muestra lo invisible, no hay ninguna condición humana en ella. Es simplemente un buen ejemplo del estereotipo botero.


Camila Montalvo.

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