Hay tres huecos en la pared, cada uno de ellos contiene un zapato femenino correspondiente al pie izquierdo, están tapados con lo que parece ser una hoja traslúcida semejante al pergamino que se encuentra cocida a la pared con un hilo negro que a primera vista parece casual para los despistados e ignorantes en suturas médicas.
Es domingo por la tarde, antes de festivo ir a musear es una buena opción. Estoy en el Museo de Arte del Banco de la República, caminando a través de la sala observo los zapatos encajados en la pared y me gustan. Me propongo ser otra visitante desprevenida más para no desencajar con el ambiente de la sala. Me alejo a una distancia prudente de la obra y me indago por la procedencia de unos zapatos dentro de una pared. Tratando de inventarme las respuestas más que de descifrar el gesto:
Son de tacón, están en buen estado por lo que se observa a través de la traba visual. Me quieren mostrar otra realidad, ¿Una vida paralela, quizás? Encuentro una correcta y perspicaz forma de manejar el espacio, el hecho de esconder a medias, la adecuada altura no están muy altos ni muy bajos, justo frente a mis ojos, de una visitante promedio ¿Será un closet de otro mundo y yo lo estoy viendo por detrás? De una criatura extraña de un solo pie, o tres pies izquierdos, que quiere hacer público su espacio. Mi acompañante me apresura y continúo mi rápida visita a la exposición.
Regreso hoy, sola y con tiempo a mi encuentro con la obra. Vuelvo a ella ansiosa con una sonrisa que se agranda al verla, sí, me gusta, me encanta. Pero ,¿qué es? Al cerciorarme de la ficha técnica otrora ignorada, aparece un nombre con más peso que la sala misma: DORIS SALCEDO. Acto seguido se destruyen mis infantiles e insulsos pensamientos preconcebidos al mismo tiempo que mi sonrisa, y encuentran eco los dogmáticos los de la explicación verdadera, fidedigna:
Doris es violencia, desplazamiento, muerte, analogía, fragmento. El zapato es metáfora del cuerpo y el hueco no es hueco, es una caja enterrada en la pared. El objeto no tiene vida, pero perteneció a una vida que seguramente fue asesinada o violada o desterrada o ignorada. Busca hacer visible lo más que cotidiano en este país y que por eso mismo pasa desapercibido. El zapato azul o negro o de cualquier color se transforma en la huella de un ser que compartía este mismo suelo con nosotros y que le arrebataron su andar brutalmente. El hilo negro resulta ser hilo quirúrgico, cocido del mismo modo que se cosen los puntos de las heridas carnales del cuerpo y el papel de pergamino es vejiga de vaca trabajada celosamente para encontrar ese excelente resultado.
Entonces, encuentro que los resultados dispares de mis dos visitas no se encuentran tan alejados entre sí. La obra sí me quería mostrar un mundo paralelo, otra realidad a la que quiero, soy y me enseñan la mayoría del tiempo a permanecer ajena. Esos zapatos podrían pertenecer a un monstruo o a muchos monstruos que no quiero ver por miedo a aceptar las cosas como realmente son en Colombia para la mayoría de mis paisanos: feroces, inhumanas y violentas. También me habla de la vida y la muerte, más de la segunda que de la primera aunque ambas sean tan naturales como inseparables.
Me doy cuenta que puedo continuar entretejiendo si quiero todas las interpretaciones que me planteo y me suceden, por el hecho de que son las maneras que encuentro de aprehender mi realidad, sea frente a una obra, sea frente a la vida y por ese hecho me van a parecer correctas y auténticas. Puedo estar equivocada pero la sonrisa ha regresado a mi rostro.
Doris Salcedo, Atrabilarios, 1996.
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