El pasado 17 de febrero de 2011, Liliana López publicó un artículo en el periódico online de El Espectador titulado “Ficciones en el Arte”. Un artículo que expone apreciaciones sobre una serie de obras a la que se le otorgó el nombre Dibujos y, que pertenecen al artista colombiano Bernardo Ortiz.
En este artículo se explica la interpretación del propio autor acerca de su obra “Dibujos”, en la cual se destaca como tema principal el tiempo, que se le ha convertido en una cuestión obsesiva y que ha acumulado en libretas, dibujos y anotaciones.
En las propias palabras de Ortiz, su obra es esa necesidad de dejar una huella de lo que acaba de suceder y no permitir que pase desapercibido.
Su obra es una ficción, compuesta por tres partes: una mecánica (repetición), una literaria y una formal; en donde todo lo que parece real es creado. Tal como ocurre con la representación de los gastos que tiene el autor durante un día, representados por medio de bolitas verdes que pretenden expresar la cantidad de dinero.
No obstante, desde mi punto de vista, la obra de Bernardo Ortiz, está lejos de ser una representación de la realidad. ¿Cuál realidad? Una realidad observada únicamente por él, pues a mi modo de ver, “Dibujos” son simplemente eso, una serie de dibujos de figuras geométricas, en este caso específico, de círculos verdes muy pequeños que generan saturación y llegan a fastidiar por completo. Es evidente que el espectador al apreciar una obra busca satisfacción visual, y esto es lo último que despierta esta obra en mí. Si partimos del supuesto que el autor está obsesionado con el tiempo, a mi modo de ver debería expresar de manera clara qué hace en ese tiempo, pero no, sólo siento que no me revela nada, que me repite hasta el cansancio, y que pierdo el tiempo al tratar de descifrar una repetición de círculos diminutos que lo único lógico que me transmiten es que existe una sola línea de pensamiento en su creador.
Lo anterior, en vez de generar interés y de dejar volar mi imaginación, evoca en mi la superficialidad y el aburrimiento de la obra, hasta el punto que llego a creer que el autor pretende burlarse de mí. Es así, como concuerdo con las apreciaciones que el crítico Guillermo Vanegas expone en su artículo “Punticos”, específicamente en el hecho de que: “por una parte es plana y silenciosa, y, por otra, es engreída a más no poder y nos mira por debajo del hombro”.
Sin embargo, esta obra sin duda alguna me aburre y me desconcierta, no por el carácter obsesivo del autor, sino porque su egoísmo no le permite contarle al espectador de una manera clara y explícita lo que quiere expresar, sino por medio de más y más puntos o círculos.
Creo que no gozo de una paciencia tal que me permita descifrar una realidad en un mundo completamente ficticio. Soy una persona ligada en lo absoluto al arte conceptual, y, aunque aprecio las figuras y el arte abstracto, pocas veces le encuentro un sentido lógico y convincente.
No obstante, la obra “Dibujos” más que presentar un trabajo terminado como tal, y en eso coincido con las críticas de Lolita Franco, es una fórmula repetitiva que mantiene activo el cerebro. Pero, para una persona que disfrute de las obras contemplativas y sobrias, la creación de Ortiz es un reflejo contundente de un silencio escondido que produce una atracción inevitable.
Una obra pasiva, repetitiva, monótona y sencilla, que es difícil de juzgar e interpretar sin haberla apreciado en vivo y en directo. Pero que sin duda alguna, aunque pretenda transmitir un universo paralelo con guiños a la música y la literatura, no deja de ser netamente un mundo geométrico, plano e incierto.
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