LA VOZ DEL CAMPO
POR: Diana Buitrago
Esta es un pintura del artista colombiano José Manuel Barrera, quien da a conocer el paisaje colombiano, su idiosincrasia y el color de un país.
Desde su fuerte labor, el sudor en su frente y las lágrimas derramadas por una tierra ausente o arrebatada, el campesino en Colombia más que una parte de su población, se ha convertido en el reflejo de un país herido, valiente pero muchas veces olvidado.
La tierra para muchos es sinónimo de posesión, riqueza o poder, para el campesino es su vida, la historia de sus ancestros y el tesoro de un futuro para sus hijos. En los páramos, las tierras fértiles del Tolima o las riquezas del eje cafetero se esconden las vivencias de seres extraordinarios que no tienen más que su pala y semillas en una mano y el corazón en la otra.
Pero los que deberían ser admirados por conservar el valor de la lucha y el trabajo honrado, han sido dejados a un lado por quienes deberían velar por su bienestar, los paisajes rodeados de belleza natural, fruto del cuidado que sus manos proveen, se han convertido en tierras resecas por el abandono forzado y por la falta de recursos, que hoy en día, están en manos de reinas de belleza o políticos prestantes, más peligrosos que la broca o la maleza que daña las plantas sagradas del suelo Colombiano.
Reconocer a un campesino, el arte de su belleza interna que se refleja en sus manos llenas de tierra, sus productos y sus animales, es permitir tener un reflejo sagrado de quienes somos como Colombianos . Retratar su dolor, la violencia que arrebata de los ríos y lagunas que riegan el suelo campesino, de su color azul transparente como la actitud y la labor del campesino recio, para transfórmalo por la sangre que corrompe las mentes, dispara con indiferencia y los invade de dolor. Retratar esa violencia y no dejarnos enceguecer por la misma es abrir una puerta para acabar con el peor de los males de la humanidad la indiferencia.
El campesino ausente es aquel que a pesar de sus penas y el olvido, triunfa porque en sus manos tocó y sintió la tierra sagrada que en nuestras mentes ha quedado olvidada. El campesino ausente es el que vende sus riquezas a cualquier precio para tener que comer, es el que tendrá el reino eterno porque de sus manos a la belleza de los frutos de suelos colombianos vio nacer. El campesino ausente que ante la corrupción y la violencia de grupos armados continua en su lucha para alcanzar las batallas, no internas como las que tenemos que vivir a diario por el olvido en el que los hemos dejado, sino las batallas de la vida a las que con sombrero y poncho arriero han sabido superar.
Campesino de una tierra, campesino de un país, campesino como una belleza que es tan fuerte como una raíz, que aunque sacada muchas veces a la fuerza no pierde el poder de sus nutrientes.